Los personajes de El Santo Temor son
creados y recreados con maestría por un escritor contemporáneo que ha
desbordado los límites tradicionales de la narrativa (así lo reconocieron antes,
sus críticos, por su cercanía con el estilo joyceano), pues los encontramos en
la novela con nombres y caracteres reales, inherentes a la cultura quiteña,
compartiendo con otros, imaginarios, imputándole así un sorprendente sentido a
la historia contada (o un sinsentido en determinados momentos).
Sus hechos son los experimentados por el
autor, en cuanto a Emilio personaje principal y, con la realidad histórica moderna
del Ecuador en cuanto al escenario general. Pero también hay acontecimientos ficcionales
y de tal complejidad que, combinados lo real con lo ficticio, en un entramado fascinante,
nos llevan a cuestionar desde la materialidad física hasta lo sicológico y de honda
espiritualidad.
Eta poderosa novela crea un universo cuyas
contradicciones interpelan y fuerzan al lector a ser valiente.
Este libro narra con riqueza de detalles la existencia humana, describe minuciosamente actos y circunstancias que se pasan por alto y sin embargo se convierten en determinantes. Por este realismo, la novela se incluye en la no-ficción que imita a la crónica y a la biografía; pero, al mismo tiempo muestra esferas subjetivas: visiones de la eternidad y de la infinitud del universo y, por incluir esta imaginación a veces delirante, es también ficción; así se configura un colosal horizonte de lo humano que afronta, necesariamente, espectros del cielo y del infierno.
La paradoja que hallamos en El
Santo Temor puede ser entendida solamente por la audacia con que el
autor ha echado sus cartas, se ha jugado entero. Emilio asume su posición de
hombre común, hasta mediocre, pero con conciencia aguzada. Su percepción
especial lo lleva a saberse elegido, mago y finalmente loco. Posiblemente es
uno de esos seres que existen a nuestro alrededor haciendo profundos ascensos y
descensos espirituales, yendo de la vileza a la sublimación, en procesos
ocultos a los ojos profanos.
El Santo Temor abre grietas que revelan las maniobras tradicionales del poder; atraviesa lo evidente, filtra lo encubierto y la visión elemental y simplista difundida por voluntades escondidas, muestra el otro lado de las cosas. En suma, es una novela total, rápida en su acción, con una gravedad que hace orbitar las palabras correctas a su alrededor. Dice lo necesario para cautivar a quien decida entrar en su desafiante mundo.
Consecuente con lo relatado su desenlace es insólito, nos deja en una coyuntura, como en la partida de dos caminos opuestos, uno de esperanza y redención y otro de angustia y condena. La decisión es una interrogante planteada al lector.
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